Rallph
M. Stogdill, en su resumen de teorías e investigación del liderazgo, señala que
"existen casi tantas definiciones del liderazgo como personas que han
tratado de definir el concepto". No hay afirmación más certera: para
algunos, liderazgo es el conjunto de capacidades que tiene una persona para
influir en un grupo de gente determinado; para otros líder es igual a jefe;
otros opinan que el liderazgo es un intento de influencia interpersonal,
dirigido a través del proceso de comunicación, al logro de una o varias metas…
Todas tienen su parte de verdad, sin lugar a dudas.
Para
mí, el líder es aquella persona que tiene la habilidad de “hacer hacer”, es
decir, que tiene unas características personales y profesionales muy asentadas,
y que sabe canalizarlas para que otras personas desarrollen sus responsabilidades
y realicen las tareas en el sentido que él (o ella) establece. Esas
características personales y profesionales están arraigadas en unos valores muy
concretos, que el líder sabe mostrar y que los aplica en su actividad día.
En este sentido, me gustaría hacer unos breves apuntes sobre los valores de un buen líder en el terreno profesional, y sobre todo en el momento de emprender un proyecto empresarial:
- Las organizaciones son lo que son sus líderes, y el tamaño y ambiente depende del tamaño y ambiente del corazón de quien lidera.
- Si el líder está obsesionado por algún aspecto de la realidad (dinero, poder, placer, etc.), transmitirá esa limitación intrínseca a toda la organización.
- En la vida, casi todo es cuestión de prioridades: resulta imposible a medio plazo pretender imponer en las organizaciones otras distintas a las que uno vive a diario.
- Se lidera más con el ejemplo que con las palabras. No se puede exigir nada a los miembros de una organización si el líder no está dispuesto a hacerlo.
- Un líder no puede tener dos lógicas: la que aplican en la empresa y la que implanta en su vida personal. Estas situaciones acaban por romper, porque el hombre no puede vivir mucho tiempo contra sí mismo.
- Los valores, como la propia palabra indica, deben ser valiosos como porque es en ellos donde se pondrán los puntos de referencia, las metas a alcanzar…
- El líder sabe aceptar que los valores propios no son necesariamente universales. Ponerse en el lugar del otro para entenderle es ya, en sí mismo, un valor.
- También en valores debe ejercitarse el benchmarking: buscar a quien vive los mejores valores y de forma más plena, e intentar superarle.
- No necesariamente los valores más extendidos son los más valiosos. Hay que buscar la objetividad no la conveniencia, la adaptabilidad o el no llamar la atención. Pasar habitualmente inadvertido se denomina mediocridad.
- Valores que no incluyan un grado de reto, son meros pactos con la propia fragilidad.
- Los valores tienen una cierta dinamicidad: van concretándose con el paso del tiempo y adaptándose a las circunstancias.
- La lealtad a la palabra dada ha sido siempre y será un valor. La traición no debería ser nunca excusada como espontaneidad. Puede llegarse, desafortunadamente, hasta traicionar los valores; pero es peor aún no darse cuenta o justificarse tontamente.
- Establecer una dirección por objetivos es ya indicativo de buena voluntad por parte del directivo.
- Los valores no deben estar solo para ser admirados en otros, o en general, sino para ser personalmente asumidos.
- Sólo quien vive determinados valores sabe lo que cuesta incorporarlos y estará en condiciones de transmitirlos.
Si el líder tiene unos valores bien arraigados, tendrá mucha
más capacidad para influir en su equipo y para lograr los objetivos deseados.
En cambio, un líder carente de valores nunca será líder, solamente sabrá
ejercer el poder pero no la autoridad y, por tanto, el proyecto difícilmente
tendrá éxito.