miércoles, 29 de septiembre de 2010

LA CARRERA DE UN CAMPEÓN

Hoy voy a contar un cuento muy enriquecedor que envía un mensaje profundo que debe llegar al fondo de nuestros corazones. Lo leí en algún libro sobre liderazgo y se llama "la carrera de un campeón".

Se iba a celebrar una cerrera de atletismo en un colegio. Pero no en estas pistas de superficie sintética de las de ahora, sino las de arena de las de antes (aquellos que tengan mi edad lo comprenderán perfectamente). Había llovido los días anteriores, aunque ese día era soleado. Los niños estaban posicionados en la línea de salida, y los padres animando en la grada para dar fuerzas a sus hijos. Todos los que hemos competido alguna vez sabemos que lo importante en esos momentos no es ganar, sino hacer un buen trabajo para que tus padres se sientan orgullosos...

Suena el silbato y los chicos comienzan a correr con todas sus fuerzas. En cada uno de ellos, su corazón latía con rapidez. Eran corazones llenos de ilusión, de energía y de confianza en la victoria. De repente, uno de los niños que iba en cabeza resbaló y cayó al suelo... Algunos espectadores soltaron una carcajada y el chico sintió morir de vergüenza, pero en ese momento escuchó una voz clara y firme que le dijo: "¡levántate y gana la carrera!" Se puso de pie y corrió con todas sus fuerzas, de tal manera que iba recuperando el terreno respecto a los que le aventajaban, pero resbaló en un charco y volvió a caer. La desesperación le invadió y quería desaparecer de allí, pero de nuevo escuchó la voz que le decía: "¡sigue corriendo!" Aunque el resto de corredores le sacaban bastante distancia, se levantó y se esforzó en alcanzarlos...

Sentía que podía ganar, y tan convencido estaba de ello que su concentración le impidió ver a un espectador que estaba cerca de la pista y se dio de bruces con él, cayendo de nuevo al suelo. Las lágrimas le resbalaban por las mejillas pensando el ridículo que estaba haciendo, preguntándose por qué no había abandonado la primera vez que se cayó mientras se juraba que nunca volvería a competir. De repente, la misma voz de antes le dijo: "¡levántate y sigue corriendo! Ganar no consiste en ser el primero en la carrera, sino en volverse a levantar". En ese momento, para el joven la cerrera adquirió un nuevo sentido: triunfar ya no dependía de ganarla, sino de mantener un compromiso, el compromiso de que no abandonaría. Así que se levantó de nuevo y corrió como nunca lo había hecho sin sentir el dolor de sus heridas ni de sus penas...

Volvió a caerse dos veces, y dos veces más se volvió a levantar. Y cada vez que se levantaba, corría como si pudiera ganar de nuevo aquella carrera. Sus adversarios ya no eran los demás niños, sino sus propias dudas.

El ganador cruzó la meta y recibió sus correspondientes aplausos, pero cuando nuestro protagonista cruzó la meta recibió una ovación como nunca se había escuchado. La multitud estaba en pie. Era el premio por haber sido capaz de acabar la carrera. Para los presentes, aquel chico había sido el verdadero ganador porque él había participado en la carrera más difícil, la que se corre contra la soledad y la desesperación.

Cuando el chico llegó junto a sus padres, les dijo:
- Lo siento, os he hecho pasar un mal rato...
- Te equivocas, es imposible que unos padres puedan sentirse más orgullosos de un hijo. Para nosotros tú has ganado porque te has levantado todas las veces que te has caído. El verdadero mérito es ese.

sábado, 11 de septiembre de 2010

LA OBJETIVIDAD EN LAS EMPRESAS

Retorno con mis costumbres de subir un post quincenalmente después de unas intensas vacaciones. Hoy voy a escribir sobre la objetividad en las empresas, ya que al estar formadas por personas, los sentimientos y los factores subjetivos son más comunes en el ámbito laboral de lo que nos imaginamos, y tienen un impacto importante en las relaciones y decisiones diarias.

Bill Diffenderffer, en su libro “El líder samurái”, indica que, en muchas ocasiones, en el mundo de los negocios aparecen asuntos emocionales que nublan nuestro juicio. Las cosas adquieren una índole personal, y cuanto más personal se vuelve un tema, más difícil es mantener la objetividad. A medida que se pierde la objetividad, la mente comienza a enfocarse en aquellos resultados que son únicamente buenos para el individuo y no para la empresa.

Cuando las emociones y la subjetividad se apoderan de nuestro pensamiento, hasta las emociones más sencillas y, en apariencia bienintencionadas, pueden tornarse confusas e incluso perjudiciales. Pongamos un ejemplo que puede ser ilustrador: imaginemos que se produce un desastre natural en alguna parte del mundo y que una empresa decide colaborar con el país que ha sufrido la catástrofe; en este caso, puede suceder:

  • Que la empresa esté haciendo donativos para mejorar su reputación dentro de la comunidad. En este caso, no podemos decir que se trata de un acto de caridad, sino de relaciones públicas. 

  • Que la empresa actúe porque los ejecutivos de mayor jerarquía se quieren sentir bien con ellos mismos. En este caso, se trata de un acto egoísta.

  • Que la empresa promueva, por medio de la intimidación (leve o no) ejercida por su política interna, que sus empleados realicen donaciones, la naturaleza misma del acto caritativo se pierde.

  • Que la empresa realice donaciones de sumas razonables que se basan en sus ganancias y lo hace sólo para hacer lo correcto, sin buscar ninguna otra recompensa, ¡eso es lo verdaderamente auténtico!
La realidad en el mundo de los negocios es mucho menos objetiva de lo que parece en la superficie. Existen demasiadas decisiones que se ven socavadas por resoluciones de índole personal, impulsadas por los sentimientos, que se contraponen con los intereses de la empresa. Esa es una de las razones principales por las que existen tan pocos buenos ejecutivos. Con el transcurso del tiempo, cuando más subjetivamente piense un ejecutivo, más probabilidades tendrá de alcanzar el fracaso.

Entonces, ¿por qué la gente inteligente hace cosas estúpidas? En muchas ocasiones, porque el razonamiento que lleva a tomar una serie de decisiones es resultado de las barreras emocionales que distorsionan el proceso de pensamiento. Pero éste es un problema solucionable: tomar decisiones reflexionando, sin basarnos en los sentimientos, es un desafío que conlleva unos beneficios enormes. Por eso, conviene esforzarse en lograrlo mediante la meditación, escuchar consejos de los demás, una disciplina férrea para alcanzar la calma interna y la compostura, y el respeto por los demás.

Solamente pensando de manera objetiva se pueden llevar las empresas a buen puerto...