domingo, 28 de noviembre de 2010

GRACIAS A LA CRISIS

Álex Rovira, en su libro "La buena crisis", indica que superar una crisis, incluida la que atravesamos, no es volver a tener, sino conseguir ser, es decir, aprender a afrontar cada instante con dignidad, esperanza y sentido de la realidad. Los momentos de crisis son propicios para aprender a combatir las dificultades, los cambios inesperados, la inmovilidad… y utilizar la inteligencia, confiar y seguir remando.

En este contexto, cobran especial relevancia dos palabras como son “longanimidad” y “resilencia”, que hacen referencia al ánimo de las personas para afrontar situaciones adversas.

Según el Diccionario de la Real Academia, longanimidad es “grandeza y constancia de ánimo en las adversidades”. Se trata de un concepto que conviene aplicar en situaciones de crisis y que equivale a coraje. Según el filósofo Antonio Marina: “La valentía es una decisión y, cuando se prolonga, un hábito y una virtud. No podemos dejar de sentir miedo. Tan solo podemos no escuchar sus indicaciones si hay razones para ello”. El valor supone, por tanto, no abandonar una buena y provechosa acción solamente porque nos parezca complicada. En el ánimo, el valor, la moral, el coraje o la longanimidad es donde reside la verdadera riqueza del ser humano.


Una comparación con el mundo animal sirve para ilustrar estas ideas. Como es sabido, el gusano de seda construye un capullo para luego liberarse y renacer como mariposa tras la metamorfosis. El proceso de liberación es de lo más difícil, porque la crisálida tiene que esforzarse sobremanera con sus alas recién formadas para romper la cáscara de seda que la ha protegido durante su transformación. Cuando los científicos intentaron abrir artificialmente el capullo desde el exterior para ver qué pasaba, las mariposas liberadas fueron incapaces de emprender el vuelo; no se pudieron alimentar y murieron, porque no podían ni sabían volar. De esta prueba científica se desprende que ese sobreesfuerzo y esa gran cantidad de energía desplegada por las mariposas para agrietar el capullo son necesarios para que estas confíen luego en la fuerza de sus alas. Sin embargo, si no pasan por la experiencia de hacerlo de forma autónoma, no tienen ningún recuerdo ni sentido de seguridad.

Este fenómeno recuerda mucho a las personas que tampoco se atreven a vivir su propia experiencia. Así, completar el periodo de duelo desencadenado por una grave crisis o una gran pérdida podría ser visto como la metamorfosis tras la cual nos liberaremos de la coraza de dolor que nos contenía, pero que lentamente ha ido cayendo en el ejercicio del reconocimiento de la nueva realidad, de asumir el dolor, de encontrarle sentido y de constatar que, a pesar de todo, la vida merece la pena ser vivida con entrega y gratitud. Si utilizamos las alas de nuestro espíritu podremos vencer la cáscara de la angustia, la tristeza y la desazón.

En el mundo del cine, encontramos buenos ejemplos de longanimidad y transformación en las figuras de Forrest Gump o de Benjamin Button, el niño que nace viejo y comprende que lo más importante para pasar por la vida es su estupendo fondo personal, más allá de la apariencia. Ambos personajes dan muestra, asimismo, de una extraordinaria resiliencia (o capacidad para sobreponerse a adversidades, pérdidas o a periodos de intenso dolor emocional). Cuando un sujeto es capaz de hacerlo, se dice que tiene resiliencia adecuada, y puede sobreponerse a contratiempos o, incluso, resultar fortalecido por ellos. En definitiva, en la pérdida hay ganancia. Perder puede ser positivo y deberíamos dedicar tiempo a la crítica y a la autocrítica para definir lo que ganamos cuando aparentemente perdemos.

En definitiva, podemos afirmar que crisis es vida. Si no vivimos situaciones críticas, es que estamos muertos. Debemos celebrar que podemos contarlo y seguir remando… Además, es importante que a prendamos a relativizar: lo que ahora nos parece terrible, quizá sea una bendición mañana. Así pues, conviene que tomemos distancia y veamos qué lecciones y oportunidades nos ofrece la crisis para poder aprovecharlas.

No debemos conformarnos con la resignación y el miedo, sino luchar, sobreesforzarnos, entregarnos y cooperar para crecer haciendo crecer a los demás. Conviene que desafiemos la rutina, rompamos la inercia, demos la vuelta a nuestro mundo y seamos rebeldes constructivos. El destino es aquello que nos sucederá seguro si no hacemos nada para evitarlo.

La crisis nos ha abierto los ojos. Así pues, sólo queda decir “Gracias, crisis”…

viernes, 12 de noviembre de 2010

ESPÍRITU DE EQUIPO

El cuerpo humano es la máquina más perfecta que conocemos. Está compuesto por millones de células que tienen unas funciones determinadas, que comparten un objetivo común (nuestra supervivencia), y que trabajan de una manera coordinada bajo el prisma de la colaboración y la solidaridad.

Decía que cada célula tiene unas funciones determinadas que pueden ser más o menos importantes (no es lo mismo formar parte del corazón que de la uña de una mano), pero que tienen interiorizado que dentro del cometido que tienen asignado, tienen la obligación de ejecutarlo a la perfección. Son responsables. Además, tienen claro que el desempeño de su cometido es importante para el conjunto y por eso aceptan su destino y lo trabajan de manera acertada: no hemos de ser muy listos para darnos cuenta de que si todas las células quisieran ser corazón o uña del pie, nuestra especie moriría... Además, tienen otra característica: la falta de egoísmo, ya que unas viven más que otras y, sobre todo, en cuanto sienten que no pueden seguir desempeñando su cometido, se suicidan para dar paso a células jóvenes que sí están capacitadas.

Solamente así son capaces de conseguir que nuestro cuerpo funcione a la perfección...

Pues bien, en las empresas debería suceder lo mismo: cada empleado, desde el presidente al capataz, tiene que conocer su cometido y desempeñarlo de manera correcta, teniendo en cuenta que lo verdaderamente importante es que la empresa funcione óptimamente. Y eso es un sentimiento que debe ser contagiado de arriba a abajo, desde el puesto más alto al más bajo, y además, la empresa debe favorecer este comportamiento. Si una compañía induce a que todos los departamentos compitan entre ellos está abocada al fracaso, porque cada uno de ellos luchará por sobrevivir de manera individual y hará que la empresa no llegue a buen término...

El eterno problema para mejorar el funcionamiento y los resultados del equipo directivo es la cooperación y el desarrollo de sinergias entre áreas que lideran algunos miembros del equipo. Muchos de ellos muestran lo que se denomina "Síndrome del Dilema del Prisionero", que es un clásico en Teoría de Juegos:

Dos reos, A y B, han de confesar o no su culpabilidad ante el juez. Si ambos confiesan, habrá una pena moderada para cada uno. Si ninguna confiesa, habrá una pena mayor. Si uno confiesa y el otro no, habrá pena todavía mayor para el uno y libertad para el otro.
En esta situación la decisión de uno está condicionada por la del otro. La mejor solución conjunta para ambos, si hay confianza, sería confesar. Pero con peligro de ser bobo inocente si el otro es traidor.
Para no depender del otro, tanto A como B optan por no confesar, con peor resultado global que si cooperaran, confesando ambos. La lógica individual lleva a un resultado más seguro, pero peor que el conjunto.


En muchos equipos brota el dilema del prisionero. Algunos miembros actúan centrados sólo en su área e ignoran efectos colaterales en las otras. Tanto más si hay expectativas o ambiciones de carrera. Predominan intereses departamentales, individuales, agendas encubiertas y competencia oculta entre quienes deberían cooperar. Buscando reconocimiento y tratando de apuntarse tantos perjudican al equipo y a la empresa. No se trata de que el Director Financiero diga que "la culpa es del Director Comercial", que el Presidente afirme que "la decisión la tomó el Comité de Dirección", o que un gerente piense que “mientras mi delegación vaya bien, no me importa que la de al lado esté dando pérdidas”... TODOS son culpables y TODOS son exitosos, porque solamente entre todos serán capaces de sacar la empresa adelante.

El dilema del prisionero es sencillo de identificar y laborioso de tratar. Los prisioneros de su dilema terminan siendo sustituidos, o aprenden y abandonan su estrategia gana-pierde, iniciando una gana-gana. El directivo sin dilema del prisionero desarrolla su área y coopera con las demás, contribuyendo a su desarrollo y al de la empresa. Es un ejemplo que se debe seguir...